Un dovere morale Una lotta costante
Mondo Latino

CARLOS GARDEL

CARLOS GARDEL A las 15.10 horas del 24 de junio de 1935, en Medellín, Colombia, dieciséis personas murieron enun choque entre dos aviones. Entre ellos, los guitarristas Guillermo Desiderio Barbieri y Ángel Domingo Riverol y el guionista y letrista Alfredo le Pera. En el accidente se esfumó también el sueño del tango: Carlos Gardel.

Si veinte años no son nada, tres veces veinte son menos aún. De las placas de 78 r.p.m., los discos de pasta, esos que ya ningún tocadiscos actual consigue hacer sonar, se han servido numerosas casas discográficas para reeditar la obra del cantor que dio gloria al tango.

¿Por qué? A las razones del corazón que el corazón ignora, habría que agregar que la obra de Gardel ya no tiene herederos, ha pasado a dominio público.

... Ah, y que las placas originales, las matrices que grabara fueron destruidas por ocasionales directivos de las casas discográficas donde el "maestro" dejó su arte impreso. Gracias a los coleccionistas, apóstoles Gardelianos que los hay por todo el mundo, de uno cualquiera de esos cientos de miles de discos de pasta que se vendieron y oyeron incansablemente se toma el sonido para los modernos discos compactos. Da igual, o casi. Gardel sigue cantando, usted puede encontrar en cualquier tienda de música, más o menos treinta discos compactos, insuficientes para abarcar su obra completa, aunque se asegura que lo conseguirán este año. Grabaciones que van desde 1913 en aquellos sistemas prehistóricos hasta el meramente eléctrico de 1935. Ya me dirán si hay algún otro pájaro humano cantor capaz de sobrevivir cantando (en los discos) cada día mejor, según cuentan los de fino oído en cualquier sitio del globo terráqueo. Hay -hasta aquí- una simple razón de sincero asombro, de borrachera estadística que después crecerá cuando le oigan cantar... su tango inacabable.

Pero hay más, para el asombro casero si se quiere. Coleccionistas madrileños han sido capaces de reunir más de cuarenta canciones compuestas específicamente para Carlos Gardel. Le hagan o no el monumento público en Buenos Aires, se ocupen o no la Unesco o las multinacionales, los gobiernos o alguna iglesia, lo cierto es que sigue ahí, aquí y allá, inexorable, con vida propia (después de la muerte) viviendo por sí mismo y.. con un pedazo de cada uno de nosotros que, a sesenta años de su muerte, podemos ser gardelianos de cualquier país del mundo.

"Desde el vientre de mi madre/ vine a este mundo a cantar"... La copla de Martín Fierro escrita en 1872, bien puede haberlo anunciado. Según acta de nacimiento fechada en Toulouse, Francia, tierra de trovadores y de cátaros, nació el 11 de diciembre de 1890. Aunque todavía circulan teorías o teoremas sobre su país de nacimiento, como en el caso de tantos inmigrantes en las tierras del Plata. Fuera de ellos, el hombre y la mujer son lo que eligen ser, más aún, suyo es el lugar donde se han asignado pacer. Con estas convicciones, modernas y cosmopolitas, antiguallas de nacionalidades por nacimiento y otros bordes quedan definitivamente zanjados (o para beneficio de culebrones a la hora del entresueño posterior a las comidas, si acaso). Vino al mundo con el apetito fuerte, gozador de la buena mesa, de la calle con carreras de caballos y de trasnochadas con amiguetes.

Vino (o las privaciones lo hicieron así) perseguido por la pesadilla de su tendencia a engordar, por la que alguna vez subió el fiel de la báscula a los 118 kilogramos. Pero... a fuerza de gimnasia, cuando las exigencias de imagen se lo pidieron, consiguió bajar a los 76 kilos de un aceptable galán. Tan galán que no sólo implicó a las mujeres que declararon haberse acostado con su fama, o que buscaron la muerte por el suicidio cuando el astro murió en el accidente de Medellín. Hubo entre la moda masculina un "hablar como Gardel" "peinarse", "vestir" "sonreír"... Es conocido que los artistas del flamenco como El Gallina llevaban permanentemente un retrato de Gardel en su chaqueta, y que solían ponderarle como modélico no sólo su maestría en el canto sino su don de escenario, su "pinta" para presentarse al público.

Sin embargo, el artista es por su obra y el ya famoso cantante de temas criollos no sería el que es -ni de lejos- de no ocurrir aquel hecho formidable ocurrido en el año 1917, en que empezó a cantar tangos según él mismo inventara cómo hacerlo. Un tango de abandono amoroso, ocurrido en los conventillos o corralas de Buenos Aires; no tan prestigioso como el de la Helena homérica, por citar, pero abandono también como en la gran poesía popular de las culturas del mundo. Tal vez por esa partida de nacimiento del tango-canción en 1917, y por los temas que crecieron con las alas que les dieran las películas francesas y yanquis, haya una concepción tópica y empobrecida del tango que lo cataloga como "lamento del hombre engañado". Esa idea denuncia el haber oído tan pocos tangos que uno recuerda aquella divertida anécdota que siempre contaba Gardel entre sus amigos. Al llegar por primera vez a Madrid, fue al bar Chicote donde el famoso dueño le preguntó de dónde venía y a qué se dedicaba. Cuando Gardel le comentó que venía de Argentina y que cantaba tangos, el dueño volvió con otra pregunta: ¿Ya usted cuando le abandonó su mujer? La enorme oferta discográfica actual puede ya dimensionar un espectro infinitamente más amplio de aquella "vasta comedia humana" que los tangos narran.

Cantó de una gente que andaba buscando personajes y autores que le dijeran lo de Cristo a Lázaro "levántate y anda". Era gente que no tenía voz y apenas un voto cantando en las elecciones. cantó la pujanza de una ciudad abierta que buscaba su leyenda en palabras del proliferante lenguaje popular mixturado de germanías hispánicas, lusitanismos, italianismos, y abundante inventiva espontánea.

Con esa marca, el tango ha conseguido convertirse en un exquisito prisma de lo que somos en este siglo. Ha conseguido lo que Borges pretendió al final de su carrera: escribir como habla la gente. Borges, quizás el menos sospechoso de populismo literario. Un prisma, hay que decirlo, de espaldas a las historias oficiales sudamericanas hechas de grandes gestos destinados a pulverizar las debilidades humanas. Se asume la finitud de la vida, o se la rechaza, pero ella está ahí, presente en los años que pasan, en los abandono que cumplen condenas, en el devenir que nos dice que: "al fin si todo cambia/ en esta vida rastrera/y se afloja el más derecho/ si lo tiran a doblar...". Luego, después de haber cantado a la quebradura, los personajes que mejores tangos han dado son los satirizados, aquellos que por el revés de la trama intentan engañarse con la infinitud, con la inmortalidad, con tener lo que no tienen.

Estamos condenados por la ley del disco que gira, al camino más corto, el camino de la rueda, y volveremos sobre aspectos a los que ya hicimos referencia. Vivió desde el 11 de diciembre de 1890 al 24 de junio de 1935, antihéroe contemporáneo (para no ser artificioso, ni de plástico), no fue un "recordman". Sin embargo, seguimos tentados de señalar que habiendo vivido cuarenta y cinco años grabó 1.500 discos (912 temas)además de prodigarse en escenarios de América y Europa. Esa actividad llega al vértigo en el último año que vivió, cuando hizo de actor y de compositor -cantante en cinco películas, amén de grabaciones y actuaciones públicas sin cesar. Carlos Gardel que no era un "recordman" sino un gozador, un expansivo en las comidas y en la noche, aunque aquello le costara horas de gimnasia, y nunca vertiera buena opinión para las horas anteriores al mediodía. En fin, el tango es hijo de la noche, esa gran conquista del espíritu latino, (sus últimas palabras grabadas en La Voz, de la Víctor, iban dirigidas a los amigos de América Latina y España). En efecto, sabemos que en algún lugar del mundo y de la especie, se creó el fuego para pasar de lo crudo a lo cocido; pero también para el reconocimiento del otro en cuerpo viviente, entre las sombras. Por extensión suelen ser animales nocturnos los búhos y los gatos: detestan las prisiones, o las aguantan mientras dure la esperanza de libertad, en tanto puedan seguir teniendo resto de indomables, de cívicos pero no serviles. La noche tiene sus animales para tótem de noctámbulos y las artes como el tango, creadas en su hora.

Asimismo, Carlos Gardel es una manera de sonreír; el primero en exponerla entre tantas retractaciones austeras que perfilan las galerías de próceres en Argentina. Eso lo convirtió en familiar, muchacho bueno y generoso que a los sesenta años de su muerte no falta quien en el cementerio de la Chacarita de Buenos Aires, a uno lo guíe afirmando "Gardelito está en la esquina de la calle 33 y 12". Pocos años después del accidente de Medellín, el general Perón declaró que para gobernar Argentina hacía falta la sonrisa de Gardel. Intentó reproducirla en cuanta ocasión pudo, ya sin aquella sin aquella fortuna de dientes que derrochaba el cantante. La Argentina de los tiempos de Gardel, del saludo de una acera a otra, de la distancia desconfiada entre las clases sociales de la sociedad autosatisfecha que buscaba un estilo, una estética para definirse con personalidad en el mundo, dio paso al hormiguero industrial caótico y torpemente funcionalista. La ideología Estado versus individuo, orilla-centro, cedió paso y escenario a la palmada del patrón en la espalda de su trabajador para que no lo sienta ni distante, ni en la acera de enfrente. Curiosamente la sonrisa de Gardel es lo más recordado en tantas imágenes que posan en las fachadas de los bares, como en el parabrisas de los autobuses... la misma del busto que sonríe, en el monumento que se eleva en su tumba, con la diosa de la Lira, entristecida, a su lado.

Para su historia amorosa rodeada de una celosa discreción muy acorde con la época, no falta quien a la hora de repartir prendas le adjudique condiciones de gigoló o tendencias homosexuales encubiertas. Como en esos tangos de diatriba y escarnio donde toda la maldad se pone en alguien, se la focaliza encarnizadamente, uno sospecha que hablan más del autor que los escribió que del personaje que intentan retratar. Al parecer, la baronesa de Wakefield pudo haberle "prestado o donado" facilitaciones para que se filmaran sus películas europeas y americanas. Si es cierto que el dinero de Wakefield sirvió a ello, para que los gardelianos le viéramos cantar y el público hispánico tuviera un aedo, trovador de sus modernas cosmópolis, gracias pues a Gardel y a Madame Wakefield... y otra vez a Gardel.

Personalmente he podido ver en cartas que con devoción guardan Celina Maschio, o el coleccionista Bruno Cespi, cómo la consabida reserva que le mantuvo airoso en el cotilleo de los buitres de su vida sentimental, se convierte en confesión vitalista. A su amigo Francisco Maschio le dice que imaginaba un día retirarse con la caña de pescar y la pipa pero junto a una muchacha como su amiga de entonces, en Estados Unidos, en Suecia, en España, en toda Latinoamérica... Volverá a cantar en los cines, en las radios... Su tumba con la estatua de un Gardel sonriente y fumando contra las muecas del tiempo que pasa, lucirá desbordada de flores. La muerte es entrar en el silencio, "silenciarse", un silencio a todas luces diferente del que había antes de nuestro nacimiento... pero que a la larga - de a poco-, se le irá pareciendo.

Cuando un artista ha muerto uno puede ir a sus papeles, a las partituras, a las imágenes que quedan en el celuloide repitiendo gestos y actos de la vida, puede adquirir los discos. En el caso de Gardel es algo distinto a otros. Sus forofos aseguran con gesto alegre que sigue vivo. Si uno no pone el disco habrá siempre alguien que lo haga en la casa de al lado, en la radio, en insospechados sitios. De ahí que posiblemente acabe siendo un invento nuestro ya; o el tango un invento suyo que se completa en la particular manera de escucharlo que lo actualice. Escritores contemporáneos han dicho que el acto de la lectura es tanto o más importante que el de escribir. A tal punto que Juan Rulfo declaró que había escrito su novela Pedro Páramo porque no estaba en su vasta biblioteca... y quería leerla. Tal vez Carlos Gardel haya inventado la manera de cantar el tango para escuchar cantando aquello que antes sólo era música y baile. Por qué no pensar con el deseo de Lautreamont, que la poesía es hecha por todos (como el idioma), por el yo y el otro, por nosotros cuando recreamos la magia de un tango al oírlo.

Fuente: RAFAEL FLORES, http://www.esto.es/tango/personajes/grangardel.htm