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Pintor, muralista, grabador y litógrafo. Nace en Bs. As. el 12 de agosto de 1896; murió en Unquillo, provincia de Córdoba, el 17 de marzo de 1964. Egresa de la Academia de Bellas Artes como profesor de diseño en 1917. En 1925 viaja a Europa visitando Alemania, Francia e Italia, estudiando en París en el taller de André Lothe que lo marcó profundamente. Tres años duró su estadía, regresando a su tierra con un estilo maduro y personal. Fue profesor del Instituto Argentino de Artes Gráficas, de la Academia Nacional de Bellas Artes y dirigió el Instituto Superior de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán, debiendo renunciar a sus cargos por discrepancias ideológicas con el gobierno nacional y retirándose a producir su gran obra en Unquillo, provincia de Córdoba. Un trazo sutil y de fina sensibilidad lo ha convertido en un dibujante insuperable. Su obra recorre lo humano; rostros y figuras discurren, en ocasiones, en ámbitos arquitectónicos y casi metafísicos, proporcionando al espectador de su obra la inequívoca adjudicación de la autoría al gran maestro. Ha recibido una gran cantidad de premios y distinciones entre las que podemos citar el Primer Premio de Pintura en el Salón Nacional de 1933 y el Gran Premio en la Exposición Internacional de París en 1937. Su obra es altamente valorada por coleccionistas nacionales y extranjeros, obteniendo cifras récord en el mercado de arte internacional. La fuerza conjugada con la sensibilidad da su mayor singular a la vitalísima pintura de Spilimbergo. Puede situársele precisamente en el panorama del arte moderno diciendo que es un expresionista a la manera latina, no brutal y agrio como los germánicos, sino unido por afinidades racielas y temperamentales al grupo prominente al cual pertenece. Yves Alix, Roger de la Fresnaye y Henry de Waroquier. Tal vinculación no extraña, por cierto, una postura de seguidor, de epigno. Hay coincidencias de orientación entre los tres franceses y el argentino, pero éste es un maestro, dotado de personalidad avasalladora y no un discípulo. Su expresionismo es la consecuencia de una aspiración espiritual -la busca intensa del carácter y de una intención plástica -la de estructurar enérgicamente, con geométrica conciencia de la forma. vale decir que Spilimbergo ha ha comprendido y hecho suyas las tendencias más fecundas de la pintura contemporánea. Pero el de Spilimbergo es un temperamento dual. Había en él dos pintores posibles: uno lírico, arrebatado, espontáneo y sensual-un fauve, si se quiere-que pudo haber sido semejante a Victorica: otro, parnasiano, orgánico, deliberado y mental-con fuertes rasgos de constructivo. No siguió ninguna de las rutas estremas ni la clásica ni abstracta, ni la sensualista barroca. Fundó su obra en la coexistencia de ambas, en explosiva combinación de las potencias antinómicas. Por eso, en todos sus cuadros, anida un drama, un conflicto pictórico además de lo patético de la emoción humana. Dos pasiones plásticas en que se revelan otros tantos factores psicológicos se afrontan allí, y la terrible pulseada de ambas -el vibrante equilibrio en que se inmovilizan sus dos potentes brazos- es lo que da su grandeza a cada lienzo. La pugna se advierte en cada centímetro cuadrado de pintura: el arrebato dionistaco triunfa en el color, en el empaste, en la pincelada enérgica, pero el orden apolineo se impone en la composición rigurosa, en la definición y la expresión del volumen, en la línea misma, entera y enérgica, que pone el signo de férrea voluntad al lado de la expansión desbordante de los valores emotivos. Pintor cordial, sensible más que nada a la profundidad de lo humano, Spilimbergo prefiere naturalmenmte ahondar en la figura, aunque también suele pintar el bodegón y el paisaje. Todos sus personajes -cultiva más que nada al niño y a la mujer- tienen ese aire de familia que da la unidad de estilo. Domina en ello la vida interior, inmóviles, sin gesto, pensativos y tensos tienen un dinamismo interno, el movimiento del alma que aflora en sus grandes ojos dulces y graves, de alucinante mirar. La pintura de Spilimbergo, que alcanza vigores de esculktura y da la sensación del bulto sin destruir la unidad plana del cuadro, posee una riqueza eromática magistral y una calidad táctil de materia que cooperan en el logro de la intensidad expresiva por el efecto sensorio que producen. Dibujante eximio -es también grabador excelente- el pintor sabe oponer a las grandes masas coloridas de agudeza de un trazo nervioso que determina un perfil o pone un acento impresionante en un rostro o en un cuerpo. Su ejecución conserva hasta el fin una amplitud y una espontaneidad de pochade en cuadros larga y pensadamente elaborados en estructuras inquebrantables que llegan al borde de la monumentalidad. Con tales medios, servido por un oficio inmejorable y un sentido muy certero de la plástica, Spilimbergo traduce su visión de una humanidad patética, dotada de potente energía moral, pero triste e inquieta, como amenazada por trágicas asechanzas o aleccionada por la frustación y el dolor. Niño herido se titula una de sus obras más bellas, cuyo protagonista es un lindo muchacho con el brazo en cabestrillo: "Almas heridas" podrían llamarse todos los protagonistas de sus cuadros en que se reflejan, a la vez que la fe en la grandeza del hombre, la conciencia del aplastante drama de la vida. www.arteargentino.com/dic/art/spilimbergo,l1.htm, www.all-sa.com/ArtistaSpilimbergoLinoEneas.htm |