Artista cosmopolita, la vida de Fernando Botero ha transcurrido en los más
variados lugares, pero siempre con un punto de referencia fijo, que, pese a la
distancia, ejercerá una influencia decisiva en su obra: Colombia. En este país
nace en 1932, hijo de un representante comercial afincado en Medellín, ciudad
situada en el corazón de la provincia de Antioquia. La escarpada orografía de la
región, atravesada por las estribaciones andinas y surcada por valles de difícil
acceso, propician el entorno conservador en el que se desarrollan los primeros
años del artista. Contra este ambiente habría de chocar el espíritu inquieto del
joven, que muy pronto manifiesta su inclinación por el arte. Un episodio
revelador es la expulsión del Liceo de su ciudad a raíz de la aparición de un
artículo de Botero en el diario local, EL Colombiano, con el título "Picasso y
el no conformismo en el arte", donde reflexionaba ya acerca de la deformación en
la obra del pintor español y que las autoridades del centro, que ya le habían
amonestado por la publicación de sus dibujos de desnudos en el mismo periódico;
consideraron obsceno.
La pérdida de la beca que
la expulsión del colegio le ocasiona obliga a Botero a financiarse los
estudios, continuados en la cercana ciudad de Marinilla, con
ilustraciones para periódicos y una esporádica colaboración como
dibujante de decorados para el teatro. Terminados sus estudios, a
comienzos de 1950, Botero se traslada a Bogotá, donde se relaciona con
lo más granado de la intelectualidad colombiana. A los pocos meses de su
llegada a la capital, cuando acaba de cumplir diecinueve años, realiza
su primera exposición individual y consigue vender algunas obras. El
dinero así obtenido le permite pagarse la estancia en el pueblecito
caribeño de Tolú, donde pasa unos meses pintando. Con las obras de Tolú
y las que realiza los meses posteriores, que delatan la influencia de
Gauguin y del primer Picasso, Botero expone de nuevo el año siguiente
con notable éxito de ventas; así, y con la dotación de un premio de
pintura, puede realizar su gran aspiración: viajar a Europa.
En el verano de
1952 Botero llega a Barcelona; el pintor, que sólo conocía el arte
moderno a través de reproducciones de libros, sufre una decepción ante
las obras que ve en la ciudad catalana. A los pocos días se traslada a
Madrid y allí reside varios meses. En la capital de España, se matricula
en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y alterna las clases con
continuas visitas al museo del Prado, atraído por las obras de Velázquez
y Goya. De Madrid se traslada a Paris, donde Botero, que cada vez se
siente más afín con el arte antiguo y más lejano de las vanguardias,
apenas visita otro museo que el del Louvre. No permanece mucho en la
capital francesa y a finales del verano de 1953 se instala en Florencia
y se matricula en la Academia de San Marco, para aprender la técnica de
la pintura al fresco, iniciando una estancia de más de dos años que, en
opinión del pintor, será el período más importante de su formación
artística. En este aprendizaje serán fundamentales el contacto directo
con la obra de los maestros del Renacimiento, especialmente con Giotto y
Piero della Francesca, las enseñanzas de Roberto LLonghi, cuyas clases
frecuenta, y los escritos del historiador Bernard Berenson.
Tras la rica experiencia
italiana, el reencuentro con su país será una dura prueba: en Bogotá, la
exposición con los cuadros pintados en Europa constituyen el fracaso y
no consigue vender una sola obra. Esta decepción hará que el pintor, que
acaba de casarse con Gloria Zea, abandone Colombia y se instale a
principios de 1956 en la ciudad de México." Allí tiene lugar el célebre
episodio de la mandolina y, bajo la influencia de Orozco, Rivera y
Siqueiros, los grandes muralistas que ya admirara desde su primera etapa
colombiana, Botero comienza a definir su característico estilo de formas
hinchadas. Ese año expone por vez primera en Estados Unidos.
El éxito comienza a acompañarle: con sólo 26 años se le nombra
catedrático de pintura de la Academia de Arte de Bogotá, y su obra, que
ya es objeto de encendidas polémicas, va encontrando compradores. No
obstante, su estancia en Nueva York, donde en 1960 alquila un pequeño
apartamento, estará marcada por la penuria: años difíciles en que el
pintor, que acaba de divorciarse de Gloria Zea, sufre la manifiesta
hostilidad de la crítica y de sus colegas neoyorquinos, la mayoría,
expresionistas abstractos. El cambio decisivo en la carrera de Botero se
produce en 1961, cuando Dorothy Miller, consejera del Museo de Arte
Contemporáneo de Nueva York, adquiere su Mona Lisa a la edad de doce
años.
La repercusión
de esta compra, la única de una obra figurativa que hace el museo ese
año, supone para el artista la consolidación definitiva. Hacia 1965, su
pintura de tonos ocres y pincelada abundante deja paso a otra de
superficies pulidas y colorido más vivo, que caracterizará su obra
madura. En lo sucesivo, Botero alternará estancias en Colombia, Europa y
Nueva York, ciudad donde en 1970 nace su hijo Pedro, fruto de su
matrimonio con Cecilia Zambrano. La muerte del pequeño en un accidente
de tráfico en 1974, supondrá un amargo trance para el pintor, que
también resulta herido. En los años siguientes, la escultura ocupa un
lugar cada vez mayor en su trabajo. Esta nueva actividad le lleva a
residir, desde 1983, algunos meses del año en la localidad toscana de
Pietrasanta, célebre por sus fundiciones.
Su intenso trabajo, en el que destaca su recuperada vocación de pintor
de temas taurinos, se traduce en continuas exposiciones. Desde que el
Hirshorn Museum de Washington acogiera en 1979 la primera gran
retrospectiva de su obra, este tipo de muestras se suceden, como las que
tienen lugar en Chicago, Nueva York y Madrid en 1993. La fama y la alta
cotización de sus obras no alteran sus hábitos transhumantes, y sigue
dividiendo su tiempo en estancias en Colombia, Nueva York, París y
Pietrasanta.
Fuente: www.imageandart.com/tutoriales/biografias/botero.htm
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